A Dios rogando y con el mazo dando
¿Trabajaba la mujer en los siglos de la repoblación? La respuesta es afirmativa, aunque te anticipo que no siempre se trataba de algo remunerado. Ya habíamos visto cómo las aldeanas se dejaban la piel en los campos, pero ¿Qué pasaba en las villas?
No te equivocarías al pensar que el trabajo era claramente un distintivo social, un dime si trabajas y te diré a qué clase perteneces.

En la parte superior de la pirámide social, por supuesto, no
había necesidad de hacerlo y las mujeres
en su lugar leían, cantaban, bordaban o practicaban la caridad a manos llenas,
pero en los estratos inferiores, desde muy pequeñas, participaban de las innumerables
tareas del hogar o del huerto; en cualquier caso, las actividades que marcaban
el ocio de las clases dominantes no eran para ellas más que tediosas rutinas en
amplios horarios de obligado cumplimiento.
Vaya, que lo que cambiaba de una clase a otra era que
lo que para nobles y ricas matronas no era más que un entretenimiento, para las
clases populares era pura necesidad.
Malas aparte, entre las buenas cristianas una de las ocupaciones con derecho a pago y claramente femenina, quizás la más notable, fue la artesanía y de todas las artes, quizás las tejedoras fueron las que más destacaron en nuestras tierras. Fíjate, las de Segovia llegaron incluso a tener cierto prestigio en el mapa peninsular.

En las familias más modestas, la mujer sí trabajó fuera del hogar para
poder completar el salario de su marido y, aunque no hay muchas referencias, se
puede deducir por los distintos fueros que llegó a ejercer numerosos trabajos,
poco cualificados y casi siempre relacionados con el ámbito doméstico.
Pero déjame que siga con el tema. Otro ámbito laboral
que comprometió a la mujer medieval,
aunque no tenemos claro que se remunerara, fue el de todo lo relacionado con el ciclo vital, desde comienzo
de la vida, con el embarazo y el parto, pasando por la atención a la enfermedad,
hasta la asistencia en la muerte.
Otro trabajo común entre las mujeres era el de panadera o fornera, una labor que se solía asociar a las féminas, aunque con excepciones. Como es fácil de suponer, no todo el mundo tenía entonces horno en sus casas y, para suplir esta carestía existían hornos comunales, alguno de los cuales podemos aún ver en muchos de nuestros pueblos medievales mejor conservados.
Lavanderas profesionales, hospederas y taberneras, también sometidas a vigilancia para controlar fraudes con la mercancía o cambios abusivos en los precios, completaban la fotografía inacabada y ciertamente imposible de la vida laboral femenina, en la que no por mucho trabajar se mejoraban las condiciones de vida.