El coito y su castigo
En muchos de nuestros templos, el acto sexual, sin paliativos, se hace explícito y público, como si fuera parte de la vida cotidiana. El coito pasó a ser así un motivo más del románico que se repite aunque no con mucha frecuencia.
Uno de los canecillos de San Miguel de Fuentidueña se ha usado en innumerables ocasiones
como ejemplo: en él, una mujer
soltera, con su cabello suelto, copula sin pudor alguno con un hombre de
aspecto rústico
En la magnífica iglesia de Sequera de Fresno un hombre
con un enorme falo intenta penetrar a una mujer.
En la pequeña iglesia de Sotillo, cerca de Duruelo, una pareja haciendo sexo adorna un can, ya muy deteriorado.
Encontramos también, esta vez en el exterior, por supuesto, otras rarezas dignas de mención.
Fíjate en este canecillo de abajo. ¿Qué ves?
¿Puede interpretarse en este canecillo de Barahona de Fresno una escena de zoofilia? Lo dejamos a tu interpretación.
Como pecado mayor que era, la lujuria se representaba acompañada de su correspondiente castigo.
Así ocurre en los ejemplos de abajo, como en Fuentidueña, en San Miguel, donde, en uno de sus
capiteles, una mujer casquivana,
junto con otros condenados, emerge del interior de una caldera, rodeada de
demonios y serpientes que intentan morderle el pecho. En San Frutos del Duratón, una figura femenina se debate sin esperanza en un mar de serpientes.
¿Pudo de alguna manera influir el clero rural en tal profusión de capiteles y canecillos con motivos sexuales? No sería extraño en una época en que el clero no era ajeno a la lujuria y donde la existencia de clérigos viviendo en concubinato no era tan infrecuente.